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Al igual que las típicas “tormentas de verano” (véase “Serpiente de verano del curriculum sinsin", “A vueltas con los fraudes en las rebajas”, “Por partes, como las integrales” o “Tirados a la papelera”), en época de acentuada crisis, como la que estamos viviendo con motivo de la pandemia de la COVID-19, aparece en escena con más intensidad de la acostumbrada el término “disrupción”: sociedad disruptiva, educación disruptiva, emociones disruptivas… Así que “pongamos una nota de disrupción en la crisis pandémica”. Parafraseando el final de algunos textos que Teo edita en “Las recetas de la Abuela Juli” (por ejemplo, ver “Flan de huevo”): “A disrumpir[1], que es lo que pide la pandemia”. Fernando Bayón[2] apunta que “todas las personas que hablan de innovación utilizan la palabra disrupción, término del que se tiene una cierta idea pero que nadie sabe lo que realmente significa”. Bayón ubica los orígenes en el inglés “Disruptive”, que representa cualquier situación, elemento, actividad, comportamiento o decisión que produzca una ruptura brusca con la realidad o el entorno estable, y nos conduzca inexorablemente a un proceso de cambio, sea físico o no”.
Hace más de una década, en el explícito “Tecnologías disruptivas”, recogía la polémica reflexión atribuida a Clayton Christensen[3], que las catalogaba como aquellas tecnologías o innovaciones que conducen a la aparición de productos o servicios, que utilizan preferiblemente una estrategia disruptiva frente a una estrategia sostenible (aquí la polémica), a fin de competir contra una tecnología dominante, buscando una progresiva consolidación en un mercado. Aunque inicialmente el termino proviene de la Economía, actualmente comienza a tener mucha importancia a la hora de plantear estrategias de desarrollo en los departamentos de I+D de muchas compañías. No estoy de acuerdo cuando se enfrenta la disrupción con la sotenibilidad, puesto que entiendo que no tiene que existir tal desafío en aquel estadio cognoscitivo en el que toda sostenibilidad implica, en algún momento, una perturbación brusca de censurables hábitos y continuas resoluciones ásperas, que rompen con lo pretérito en aras de la armonía razonable de las necesidades presentes, sin hipotecar el futuro de nuestra descendencia.
Pienso que el término no se usa adecuadamente en algunos bloques temáticos, por ejemplo, cuando se dice “educación disruptiva”, “tecnología disruptiva” o “economía disruptiva”, puesto que una cosa es el cambio que produce la disrupción en sí y otra que esa modificación incluya en su definición el propio concepto “disruptivo”. Me explico un poco más. La “educación disruptiva” no debería llamarse así sino con un concepto que represente la senda de conocimiento que pretende practicar, sea este camino el papel protagonista del alumnado, llamado usuario, o la importancia de la tecnología. Por lo anterior, tendría más sentido que se llamara algo tan estrambótico como “educación gestionada por el usuario” (o “educación alumnática”) que “educación disruptiva”, porque cuando en el futuro se registre otra disrupción que propicie una nueva evolución o metamorfosis ¿se llamará “educación disruptiva II”? Análoga explicación podríamos aplicar a la “tecnología disruptiva”. Quizás, el uso correcto de la disrupción sería el que acertadamente propone Christensen: “proceso disruptivo” en educación, tecnología, economía… Fuente de la imagen: geralt en pixabay.
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[1] “disrupción, disruptivo y disrumpir, términos adecuados”. Fundeo.es. Sitio visitado el 09/09/2020.
[2] Bayón, Fernando. Disrupción. eoi.es. 2014. Sitio visitado el 09/09/2020.
[3] Christensen, Clayton M. The innovator's dilemma: when new technologies cause great firms to fail. Boston, Massachusetts, USA: Harvard Business School Press. 1997.