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Vía el muro de Antonio, refresqué la historia de autoría anónima que, de vez en cuando, circula en las redes sociales, acerca de ese hijo que terminó los estudios universitarios y al que los padres pensaron regalarle una desvencijada motocicleta (el amigo lo cuenta con un automóvil, pero a mí me gusta más la versión "motera"), que adquirieron cuando eran jóvenes y que andaba en la cochera cogiendo moho. Pero antes de entregarle el obsequio, sugirieron que trasladara la antigualla a un establecimiento de compraventa de vehículos usados, para constatar su valor económico. Volvió alicaído porque le habían ofrecido tres mil euros, debido a que la moto se encontraba bastante "corroída".
Los padres le animaron a que la llevara a una de esas casas televisivas de “empeños a lo bestia”, pero regresó más desanimado si cabe, puesto que la cantidad que le prestaban no superaba los quinientos euros. Así que los progenitores le pidieron una última misión, transportarla a uno de esos círculos de vehículos antiguos donde se reúnen “amantes de antiguallas con dos ruedas”. Realizada la gestión, la cara del hijo transmitía alegría, gozo, felicidad. Un socio del club de motocicletas clásicas le ofrecía la estratosférica cifra de treinta mil euros, debido a que la moto era distintiva en su gama y fabricación, cotizando al alza.
Y es que los ascendientes, además del regalo físico de la moto, le estaban proporcionando otra dádiva más importante aún, en formato moraleja: “hijo, en el sitio, lugar, entorno… adecuado se te valorará apropiadamente”. Coincido con el amigo Antonio que en ocasiones, ya sea trabajando en una empresa, realizando un servicio profesional a un cliente, colaborando con una institución, participando en una organización… realmente estamos en el lugar equivocado, porque no se valora nuestro trabajo adecuadamente y no nos hemos dado cuenta. En esos casos, hay que "picar billete" en el momento más propicio para nuestros intereses. Fuente de la imagen: InnrSky en pixabay.