Fuente de la imagen: pixabay |
Observé en el querubín que la ilusión inicial por la expectativa de compra de un accesorio que conectara sus juegos compatibles con la consola, se convirtió en sorpresa, primero, y desorientación y desmotivación, después, al encontrarse con un mogollón de opciones. A mi pregunta respondió: “Es que… Hay muchas figuras”. Interpreté que su ensueño por la compra de un muñequito, se convirtió en asombro ante el volumen de juguetes donde escoger. Sin embargo, en contra de lo que yo pensaba, este embebecimiento se transmutó en dificultad en la decisión y, por derivación, en cierto desconcierto y desilusión. Me tiré el resto de la tarde reflexionando sobre la situación vivida y su extrapolación al mundo de la comercialización, el marketing, la venta…[1].
Son tantos los ofrecimientos que se relacionan en la pantalla, que a veces la indefinición y desorientación toman posesión en la mente y la capacidad de elección merma sobremanera. Y qué decir de esos agobiantes anuncios, aprovechándose del rastro que dejé en mi primera visita, que me siguen durante días, mientras navego por Internet, generando un sentimiento de rechazo hacia esas pesadas marcas o firmas. ¡Ah! y desconfía de algunos de esos portales que pretenden ayudarte en la elección, que lo que hacen es dirigirte a los proveedores previamente conveniados. Finalmente, descubro que las sensaciones descritas en los párrafos anteriores no son exclusivas de mi familia y parece que son sentidas por otras personas.
_____________________
[1] A mí me pasa, por ejemplo, cuando busco en la Red determinado producto o servicio, ya sea un seguro de coche o un billete de avión.
[2] The Economist, You choose. 2010. Sitio visitado el 25/03/2016.