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En el post “Madrecita mía, déjame como estaba”[1], te contaba el chiste de un impedido de la mano derecha, que fue a ver a la Virgen de Lourdes y del milagro que se obró, que no fue del agrado del abnegado y sorprendido solicitante. Ayer por la tarde, escuché a un compañero consultor, aconsejar a su cliente de la necesidad de un cambio de rumbo en su negocio. Decía que era el momento, consecuencia de la crisis económica que padecemos.
De vuelta al hogar, reflexioné acerca de cuándo es el momento más idóneo y si tenía sentido la justificación que mi contacto dio: la crisis. En situación normal, es decir, hace una década o un poco menos, tenía que transcurrir entre cuatro y seis años, para que el emprendedor, empresario, gerente o ejecutivo, se planteara un cambio de rumbo en su proyecto empresarial. Pero, claro, ahora no es lo mismo. Sin embargo, no debemos perder el norte.
Hay que ser habilidosos, porque todo cambio de rumbo acarrea incremento del riesgo, por mucha desazón que tengamos hoy. Por otro lado, no hay que perder de vista la rentabilidad del negocio. Si éste puede seguir siendo rentable aplicando incluso unos ajustes aquí y allá, para adaptarse a la nueva realidad, tal vez el dicho del chiste “Madrecita mía, déjame como estaba”, cobra más importancia aún (fuente de la imagen: sxc.hu). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: annca en pixabay.
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[1] Velasco Carretero, Manuel. Madrecita mía, déjame como estaba. 2011. Sitio visitado el 26/06/2012.