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Quizás debería haber aplazado el viaje. Esta semana he estado en la capital del reino andaluz. Mientras esperaba que me atendieran, mis ojos observaban estupefactos la cantidad de apretados expedientes de entidades privadas conocidas en mi andar por ciertos sectores empresariales, rotulados con título de esos que, desde hace un tiempo, las administraciones utilizan para que se las considere progres e integradas en la “aldea global”. Lo positivo, creo, fue que todavía me recordaban de mis relaciones de antaño. Lo negativo, pienso, que el presunto buen hacer en esa etapa, por parte del equipo que coordiné, como que se había esfumado o enterrado por el paso de los días o por intereses no loables.
Uno de los interlocutores ya me había catalogado dentro de lo que llama jauría de representantes empresariales, que, según él, van a lo que van. Quería expresarle que existen directivos y empresarios que intentan pensar y actuar de forma distinta, pero desistí de argumentar. Me puso ejemplos concretos: fulanito, mucho cargo y mucha defensa del sector, pero sus proyectos los primeros; los tres menganitos, a tener cuidado: unos mafiosos; y así. Todos van a lo mismo. Destrozado estaba. Percibiendo mi decaimiento, cortésmente me abrió una pequeña ventana a la esperanza. Lo agradecí, pero no se lo expresé.
De vuelta, en el tren, seguía resistiéndome a dar la razón a aquellas personas que me dicen una y otra vez que todo es materialismo, codicia, destrucción y pisoteo al prójimo antes que te destruya a ti; que la religión, la política, incluso la cultura o la educación, son puras herramientas de gestión y control del contrario, del grupo, del colectivo, de la sociedad, de la masa. Quizás tengan razón. No sé. Seguiré luchando, junto a ti, por un mundo distinto para nuestros hijos. Ahora que lo pienso, quizás hice bien en no aplazar esa experiencia (imagen del MEC). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: mohamed_hassan en pixabay.