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En fin, tanta última tecnología, satélites por doquier, siderales presentaciones de los mapas climáticos, variopintos artilugios, entrevistas a “expertos”, desplazamientos y retransmisiones in situ al lugar de los hechos, etc., y seguimos siendo incapaces de prever con suficiente antelación y atenuar el desastroso efecto de los tifones, los terremotos, los huracanes, los maremotos y resto de severos mensajes y ajustes que la Naturaleza nos envía.
Todavía recuerdo al primer hombre del tiempo, el extinto físico Mariano Medina; con él aprendí bastante acerca de las isóbaras, las isotermas y las borrascas. Con su varilla, delante del mapa, en un extremo de la pantalla, junto con soles, nubes, lluvia y estrellas de nieve, nos contaba la evolución meteorológica. Ciertamente, este presentador creó escuela. Rumores hay en el sentido que, incluso, patentó la frase “El hombre del Tiempo”.
También, rememoro el “calendario zaragozano” y el saber popular reflejado en las “cabañuelas”, que se calculan, precisamente, durante el mes de agosto. La gente de la tierra donde nací tenía una gran convicción en esta remota forma de vaticinio del clima. Existen otras cabañuelas que se elaboran en diciembre y principios de enero, pero las desconozco (ilustración de la Wikimedia Commons). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: geralt en pixabay.