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Fuente de la imagen: Otro gallo cantaría (M. Velasco, 2010) |
Pero mi madre me había encomendado una misión y el miedo, aunque pesaba, no impedía cumplirla. Con la respiración contenida, me deslizaba a un lado de su campo de visión. Agarraba los huevos tibios y los ponía con cuidado en la canasta, sintiendo el calor de la vida que me transmitían. El centinela, con un último cacareo de desaprobación, se daba por enterado y se marchaba con su orgullo espiritual. El infante, con los huevos a salvo, regresaba triunfante a casa. Cuando le contaba esta historia al querubín de ojos curiosos, vi en su rostro la misma fascinación que yo sentía de pequeño. Le narré cada detalle, la tensión, el miedo, la majestuosidad de aquel gallo. Me miraba, también con su alma atemporal y su corazón puro, imaginando el otrora encuentro. Y en ese momento, me di cuenta de que mi madre tenía razón: las historias, como los gallos de la huerta, también tienen un alma antigua y al contarlas, seguimos conectando con nuestras raíces y con aquéllos que nos antecedieron. Fuente de la imagen: mvc.