viernes, 22 de noviembre de 2024

Menos wasapeo y más comuneo

Fuente de la imagen: mvc archivo propio
El título de este texto no es mío, sino de la auditora Milagros. Te lo explico. A veces (pocas), en los "espacios cortos" creo tener las cosas muy nítidas, sobre todo en cuestiones técnicas básicas y, claro, cuando recibo opiniones de expertos contradictorias con mi “meridiana claridad”, pues pienso que o bien me he expresado mal o bien soy el único que lleva el paso cambiado (M. Velasco, 2021)[1]. Ante ese coyuntural desconcierto, someto la tesis que defiendo a profesionales de mi ámbito íntimo de relaciones, como Antonio, miembro de una fundación de un despacho jurídico de ámbito nacional, o Milagros, otrora auditora externa ejerciente especializada en verificación de subvenciones europeas y nacionales. Agradezco a ambos la opinión que me trasladaron antenoche. Milagros fue más allá, recomendando que tuviera cuidado con las “circunvalaciones cerebrales de todo tipo”, que siempre con la “mejor intención” se originan consecuencia de distintas conversaciones por distintos medios (telefónicas, wasaps…) y por distintas personas en momentos distintos, lo que puede propiciar descontextualización, desconceptualización y, al final, desorientación, sugiriendo que para cuestiones importantes o trascendentales, cuantitativas o cualitativas, lo mejor es que los responsables se reúnan física o virtualmente con sus staff, analicen la situación desde todos los ángulos y, posteriormente, decidan en consecuencia, coincidiendo con Antonio en que “con las cosas de palacio menos wasapeo y más comuneo” (comuneo en el sentido de puesta en común grupal).

Y es que en esta era de la inmediatez y la conectividad constante, el social media, en general, y redes como Telegram o WhatsApp, en específico, se han configurado como herramientas cuasi-forzosas en la interacción profesional, empresarial o institucional, pero ese presunto uso imperceptible para la toma de decisiones importantes dentro de equipos de trabajo plantea serias interrogantes sobre la eficacia y la calidad de las decisiones finales. Ciertamente, la comodidad y rapidez con la que se envía un mensaje y se obtiene una respuesta casi inmediata es innegablemente seductora, pero ese aparente bienestar puede ensoberbecer el laberinto de un sinnúmero de inconvenientes y la necesidad de un debate profundo y estructurado. Olvidamos que los mensajes de textos, por su propio hábitat, carecen de aspectos tales como la expresión corporal, el tipo y tono de voz (incluso, las notas de voz, con innumerables ruidos de fondo y que se escuchan a velocidad rápida -X2-), y otros elementos de comunicación que son fundamentales para una interacción seria y segura, lo que puede dar lugar a malentendidos o que se disperse o disipe lo importante o concreto, por no hablar que determinadas conversaciones en las redes sociales pueden desbarrar en mensajes desconectados, desiertos… entorpeciendo sobremanera la construcción de un argumento sólido y el logro de un consenso. Otro inconveniente es que esa necesidad de responder rápidamente para satisfacer a tu interlocución, impide una investigación previa de calidad que, a su vez, propicie una conclusión o recomendación de excelencia.
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[1] Velasco-Carretero, Manuel (2021). A veces me siento como el hijo del desfile. Sitio visitado el 22/11/2024.