El post texto “El maltrato profesor-alumno”[1] es buena prueba de que en algunos rincones del blog, se encuentran retazos de mi paso por la escuela, allá en los fríos inviernos de la niñez, en la Ronda profunda, teniendo que caminar unos cuantos kilómetros a primeras horas del alba, con ese cruel frio de la Serranía que atacaba, vía sabañones, a orejas, nariz, dedos de las manos y de los pies. Alguna que otra vez, el lechero (creo), con su furgoneta Citroën, se paraba y me solventaba parte del trayecto. Eran otros tiempos, lo sé, y pensaba que esas situaciones la infancia ya la tenía superada. Iluso de mí. En la tarde de ayer, con motivo de la película “Camino a la escuela”[2], abruptamente caí en la cuenta de la sacrificada realidad de muchos niños y niñas para ir al colegio.
El documental narra las reales historias de Jackson y su hermana, Carlos y su hermana, Zahira y sus amigas y Samuel y sus hermanos, niños de distintos rincones del planeta (Kenia, Argentina, Marruecos e India), que comparten una idéntica aspiración: aprender. A pesar de los dilatados trayectos que tienen que transitar hasta sus escuelas y a las dificultades que surgen en las escabrosas rutas, entienden lo importante que es asistir a esa fuente de conocimiento, embarcándose diariamente en un riesgoso episodio donde continuamente ponen sus imperceptibles físicos en juego, sabiendo que sólo la educación les posibilitará un futuro distinto. Fuente de la imagen: mvc archivo propio.