Aquí te dejo una instantánea del trote de ayer tarde por Playamar (Torremolinos, España), mientras los pescadores contemplaban sus cañas y el hilo conductor hacia su potencial presa. Me hace falta rebajar algunos kilos que he cogido en la buena vida de este verano, que, por otro lado, después de tres años “pringao”, el cuerpo se merecía ese descanso.
Al tiempo que los pies se hundían en la arena, zancada tras zancada, reflexioné sobre las épocas de bonanza y de crisis, así como del control y descontrol hacia los ejecutivos por parte de los accionistas y la propia administración pública.
Resulta que cuando hay más descontrol de la gestión y fraude es en los momentos de vacas gordas. El capitalista y la Hacienda reciben dividendos a espuertas y bajan, queriendo o sin querer, las acciones de control y revisión del papel de los directivos de sus corporaciones.
¡Ay amigo! En los años de vacas flacas, lo dicho: ¡A perro flaco, todo son pulgas! El ejecutivo que ha defraudado o que es un incompetente y ha basado su relativo “éxito” en dudosas estrategias presuntamente punitivas, ahora no tiene donde esconderse. Los accionistas y la Agencia Tributaria, al no recibir el maná previsto, incrementan sus controles para ver en qué se falla.
En estos momentos de crisis, los directivos que se centren en generar verdadero, real, valor en la actividad empresarial de sus organizaciones, triunfarán. El rendimiento para el inversor no tiene por qué ser menor, pero esas políticas de gestión y dirección generarán seriedad y confianza, propiciando una “economía responsable como garantía de una sociedad justa”.