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Después de atender sus argumentos, no me atreví a decirle que cuando me llegue el momento de la jubilación, ya me gustaría disfrutar de la mitad de la pensión y de los servicios que hoy dispone. Y no es que ahora tenga el hombre todo lo que se merece por su aportación al tejido económico y social malagueño, sino que, tal y como va el tema, veremos qué peliaguda realidad pensionista disfrutaremos cuando nos jubilemos. ¿Saben los empresarios y los sindicatos que la natalidad disminuye y la expectativa de vida aumenta?
Tal vez por mi degenerada y cada día más lejana formación en economía, no alcanzo a dilucidar cómo dentro de quince o veinte años, se va a cubrir el gasto de servicios sanitarios y de pensiones que la población envejecida demandará. ¿Con las reservas individuales de capitales? Los afortunados que hayan podido atesorar euros, conforme vayan cumpliendo años de vacaciones permanentes, se irán comiendo los presuntos ahorros, con lo que la patada a las entidades financieras será brutal y la capacidad económica de cada uno se extinguirá.
Por otro lado, aunque ampliemos la edad de jubilación en determinadas actividades o sectores, la productividad de estas sociedades ancianas será distinta de las comunidades jóvenes ¿No? Lo que nos falta es un ejercicio de sincera reconsideración de todo lo establecido, desde las pensiones a la edad de jubilación, pasando por cuestiones sensibles como los movimientos migratorios, el consumo responsable o el medioambiente, y asunción de medidas comprometidas para no hipotecar más el futuro de nuestros hijos, porque el nuestro está ya más que sentenciado. Imagen incorporada con posterioridad; fuente: Peggy_Marco en pixabay.