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Adam Smith, en su trabajada obra "La Riqueza de las Naciones", criticaba duramente el sistema mercantilista. Su teoría se basaba en principios opuestos al mercantilismo. Para Smith, la verdadera riqueza de una nación no residía en la acumulación de metales, sino en la capacidad productiva de su población y en la división del trabajo, defendiendo que el comercio internacional, sin barreras, beneficiaría a todas las partes, ya que cada país se especializaría en aquello que realmente produce de manera más eficiente y el intercambio de bienes y servicios (guiado por la "mano invisible" del mercado) abocaría a una mayor prosperidad global. En contraposición a la intervención pública, Smith abogaba por un "Estado limitado" que se encargara de la justicia, la defensa y las obras públicas esenciales, pero que permitiera a los mercados operar libremente. Creía que la búsqueda del interés propio individual, en un entorno de competencia, conduciría al bienestar colectivo sin necesidad de una planificación centralizada. Las políticas de Donald Trump durante su presidencia reflejan una clara inclinación hacia el mercantilismo, en contraposición directa a los principios de Smith y a las corrientes económicas globales predominantes desde la Segunda Guerra Mundial. La imposición masiva de aranceles a productos de China, Europa y otros socios comerciales presumiblemente es una de las estrategias centrales de Trump. Su objetivo explícito es reducir el déficit comercial de Estados Unidos, un objetivo puramente mercantilista de favorecer las exportaciones y penalizar las importaciones, incluso a costa de relaciones comerciales internacionales.
Su lema "Make America Great Again" y la política de "America First" tiene toda la pinta de ser un enfoque ultranacionalista de la economía con la finalidad de proteger las industrias y los empleos estadounidenses por encima de todo, incluso si esto implica romper acuerdos comerciales multilaterales o generar fricciones con aliados. Además, dicen que se presiona a empresas estadounidenses para que vuelvan a producir en suelo americano, penalizando a aquéllas con producción deslocalizada, forma de intervención estatal para controlar la ubicación de la producción, algo ajeno al libre flujo de capitales que defiende el liberalismo. Prioriza los acuerdos comerciales bilaterales y utiliza una retórica agresiva contra los "malos acuerdos" o los países que, a su juicio, se están "aprovechando" de EEUU. A diferencia de las corrientes económicas posteriores a Smith, que han explorado desde el keynesianismo[2] hasta el monetarismo o las teorías neoclásicas (con sus matices sobre fallos de mercado y el papel de las instituciones), las políticas de Trump parece que no buscan corregir fallos de mercado con mecanismos sofisticados o promover la eficiencia a través de la desregulación global, sino proteger la producción nacional mediante barreras y una visión transaccional y conflictiva del comercio. En síntesis, mientras Adam Smith abogaba por la libertad y la competencia como motores de prosperidad, parece que las políticas de Trump se apoyan en la coerción, el proteccionismo y una visión de la riqueza como un juego de ¿ganar/perder? entre naciones, muy en línea con los antiguos principios mercantilistas. Presumible viaje al pasado económico con implicaciones muy presentes.
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[1] Velasco-Carretero, Manuel (2025). ¿El interés propio forja el bien común? Sitio visitado el 17/06/2025.
[2] Intervención estatal para estabilizar la demanda.