lunes, 15 de diciembre de 2025

Yo, Desencadenado

Fuente de la imagen: Ego y Supraconciencia. Sitio book—post (M. Velasco, 2025)
Volver a hojear las páginas del Dr. Sans (M. Velasco, 2025)[1], con su distinción entre el Ego y la Supraconciencia[2], me ha transportado a la encrucijada emocional de la adolescencia, transformando la lectura en una lente para analizar retrospectivamente aquella etapa marcada por la tartamudez (M. Velasco, 2006)[3], batalla diaria por articular la voz. En el marco conceptual de Sans, el ego se manifestaba como una fuerza de autoconservación, esa parte de la mente, rápida, analítica y ligada a la supervivencia social, que gritaba: "¡Cállate! No te expongas al ridículo. Una palabra mal dicha te señalará. Tu tartamudez es un defecto y la única manera de evitar el dolor es el silencio". Esta voz del ego era poderosa, calculando el riesgo de cada intervención, prediciendo la vergüenza y, en última instancia, buscando el refugio de la invisibilidad. Me llevaba a modificar frases en la cabeza, a sustituir palabras difíciles por otras más sencillas o, incluso, asentir en lugar de responder, todo para mantener esa fachada de normalidad impuesta por el miedo al juicio ajeno. Este "yo consciente" estaba completamente centrado en la percepción externa, en el aquí y ahora del entorno social, funcionando como un sensor de amenazas que identificaba mi propia voz como el peligro más inmediato. El libro me insinúa que puede que no fuera un defecto moral, sino el mecanismo primario de un ego diseñado para protegerme del dolor.
Participando en la tertulia de "Las Mañanas de Cuatro"
Frente a esa presumible tiranía del ego existía otra fuerza, una pulsión que ahora, a la luz del concepto de la supraconciencia de Sans, tiendo a identificar como el motor de la superación. Esta omnisciencia, entendida como un yo más profundo, esencial y ajeno al miedo social, era la que tozudamente me empujaba a hablar. No se trataba de impulso para demostrar algo a los demás, sino de una imperiosa necesidad de expresión auténtica, de un conocimiento interno de que mi voz merecía ser escuchada. Era la parte que no temía a los tropiezos ni a los silencios incómodos, sino que valoraba la conexión y la comunicación por encima del riesgo de la imperfección. La lucha se libraba, pues, en el campo de batalla de la garganta y la mente: el ego construyendo muros de silencio - ¡Cállate! -, la supraconciencia derribándolos con el impulso de una verdad que necesitaba salir - ¡Habla! -. Aquellos instantes que te comenté (M. Velasco, 2006)[3], sobre la oratoria y la superación de la tartamudez, son, en esencia, la crónica de cómo, a base de persistencia y de escuchar ese susurro interior más allá del pánico escénico, la supraconciencia logró imponerse. Rehojear el libro de Sans más que un acto de lectura, entre otras reflexiones, ha sido una reafirmación de que la verdadera superación reside en la capacidad de escuchar y seguir el impulso de ese yo esencial que no se doblega ante los miedos superficiales. Fuente de las imágenes: mvc archivo propio.
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[1] Velasco-Carretero, Manuel (2025). Ego y Supraconciencia. Sitio book—post. Visitado el 15/12/2025.
[2] Sans Segarra, Manuel (2025). Ego y Supraconciencia: Buscando el sentido de la vida. Ed. Planeta.
[3] Velasco-Carretero, Manuel (2006). Hablar en público. 2006. Sitio visitado el 15/12/2025.