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Te cuento lo anterior porque de soslayo escuché la típica frase cargada de altanería, ineptitud, soberbia y toxicidad en gestión y dirección, por no hablar de presunta vulneración de algún que otro derecho constitucional: “si no está motivado en su puesto, ya puede ir picando billete, porque tengo mogollón de curriculums esperando”. La brecha cada vez más grande entre la élite y la masa de mi país, generada por esta crisis que nos ahoga, es un excelente caldo de cultivo para que en la gestión empresarial afloren con más fuerza los perfiles directivos intimidadores, acosadores…
Individuos que utilizan su ascendencia como mazos pilones, aporreando a diestro y siniestro, como si de clavar escarpias en tejido humano se tratara. Ciertamente, en todos los sitios “cuecen habas”, es decir pulula incompetencia hasta en las mejores familias, obteniendo direcciones o jefaturas mediante reprobables artes[2]. Pero esa profanación emocional, por no decir podredumbre, indudablemente es una grave contrariedad en la organización donde se encuentre instalada, afectando no sólo al clima relacional, a la rentabilidad o la productividad, sino, también, a la fortaleza y la salud de los colaboradores y colaboradoras afectados[3].
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[1] Wilson, Andrew. Machines, Power and the Ancient Economy. The Journal of Roman Studies. 2002.
[2] Amigos, lobbies, arbitrariedad, mentiras y… cintas de vídeo.