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Obviamente, no es lo mismo nacer en una ciudad de Occidente que en un sitio recóndito del Sáhara. No me refiero a eso, sino a la influencia que la zona donde se emerge a la vida tiene en cada persona. He estado trabajando en algunas ciudades de esta piel de toro que es la península ibérica, pero el caso es que elegí Málaga para vivir porque me gusta tener a la Serranía de Ronda y al mar cerca. No diré de esta agua no beberé[2], pero la continua opción de sacrificar mejoras profesionales por calidad de vida se defiende a capa y espada.
Por otro lado, desde hace tiempo, hablamos acerca de la globalización y todo lo que le rodea, pero salvo casos extremos[3], me da la impresión que la gente no se mueve tanto por gusto como se argumenta, agarrándonos la orografía con un sinfín de lazos, emociones, sentimientos… Ese ecosistema, tanto cultural como biológico, donde germinamos, la cuna, irremediablemente influye por activa y pasiva en el destino, determinando muchos aspectos de nuestras vidas, entre los que está el lugar donde queremos difuminarnos (Fuente de la imagen: pixabay).
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[1] Velasco Carretero, Manuel. El futuro de los negocios. 2016. Sitio visitado el 10/03/2016.
[2] Puesto que el destino te empuja por caminos que hoy se desconocen o no se imaginan.
[3] Como la beligerancia en Siria y aledaños que desplaza a miles de personas, o la necesidad de emigrar por trabajo, como la de mis compatriotas.