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Pero, retrotrayéndome al principio, dado el dilatado tiempo
que no afrontaba un reto universitario de esas características, unido a que
conforme se cumplen años, si bien se razona distinto, la capacidad de retención
también es distinta que cuando tenía dieciocho primaveras, sin olvidar el inconveniente del trabajo profesional y dedicar tiempo a la familia y el necesario descanso, conformaron
el objetivo inicial de aprobado raspado y me daba con un canto en los dientes si lo conseguía. Craso error. Como decía Tomás, profesor de Derecho Procesal,
hay que ponerse metas ambiciosas ¿Por qué no una matrícula de Honor? Tal vez, el quid
de la cuestión se encuentre en el equilibrio entre potencialidad y esfuerzo, lo
que deriva en que, por ejemplo, un cinco, aunque no compute para la beca de Wert, pueda
considerarse satisfactorio (o no). Por tanto, eso de estudiar sólo para aprobar, por muchas
excusas que enumere, ya sea trabajo, edad, familia, etc., no es buen
planteamiento.
Como estudiante debo visualizar rendimientos afanosos que
propicien notas excelentes y ante contingencias e imprevistos, garanticen, al
menos, el aprobado, como mal menor. También, me ha quedado meridianamente claro que el día a
día, ese rutinario ardor y perseverancia que se imprime periódicamente, a lo "run run del parqué", genera un desmedido provecho global que irremediablemente
afecta positivamente a la nota final y destroza las psicológicas trincheras
mentales del tipo “no puedorl” (“puedorl”, vocablo atribuido a “Chiquito de la Calzada”). Finalmente, como “no puede ser” de otra forma, dedico las calificaciones
obtenidas a la sufridora familia, a la tutora Mirian, al manojo de buenos profes, a mis compis de pupitre y, por supuesto, a ti, que me acompañas en este momento (Fuente de la imagen: elgif.com, conforme a las normas de uso descritas en su página web). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: RyanMcGuire en pixabay.