Fuente de la imagen: elaboración propia |
Pero dejando a un lado que la incorporación no podría ser a corto plazo y que la familia (mi única mochila) tiene mucha voz y todo el voto, había dos aspectos que propiciaron no seguir avanzando. Uno el que me gustaría terminar el grado en Derecho y previsiblemente fuera de España dificultaría aún más la consecución de este objetivo. El otro (más importante, si cabe), el requerimiento de “conocimientos avanzados de inglés” y aquí lo fastidio, porque mi preparación, como ya he escrito en varias ocasiones, es relativa a “inglés de los Montes de Málaga”. O sea, que “apaga y vámonos”. Tendré que reincorporar a la agenda formativa este idioma, así que deberé hablar con Francis y su Inlingua Idiomas Málaga.
De toda esa reciente experiencia, me quedé gratamente sorprendido que el peso de irse a trabajar a otro país fuera pequeño. Sí, en el caminar desde los diez años, no ha costado moverse a otros lejanos lugares (Donostia, Madrid, Granada…), pero creía que conforme fuera cumpliendo primaveras, y ya van unas cuantas, me descubriría como más mesurado, moderado o conservador y menos “ser trashumante”, en el sentido de continuo movimiento, adaptándose en el espacio y tiempo a franjas globales de fertilidad productiva versátil o voluble. Esa redescubierta percepción o sensación pienso que es positiva y me alegro de ello.
Te dejo un esbozo de una estación de tren y una vía, que he realizado minutos antes de redactar este post, imagen que me transportó anoche al mundo de Morfeo, evocando esa estación de Ronda en la que, a las doce de la noche de mi adolescencia, mi madre me despedía, partiendo rumbo a San Sebastián – Donostia, donde llegaba veinte horas más tarde, para trabajar en la bodega del restaurante Casa Vallés situado en la Parte Vieja (ver post La Tregua[1]). Fuente de la imagen: elaboración propia.
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[1] Velasco Carretero, Manuel. La Tregua. 2006. Sitio visitado el 28/01/2014.