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Según McKinsey, gran parte de la causa del alto índice de paro en la juventud española se debe a que los educadores y los empleadores se mueven en universos paralelos (The Economist: “The great mismatch”[1]). La solución para la consultora no es otra que congregar estos dos universos, forzando a los educadores a calzarse los zapatos de los empleadores y viceversa, permitiendo al sector estudiantil agitarse entre ambos firmamentos. Coincido con la redacción en que desde siempre en mi país, la formación profesional, reglada o no reglada, ha sido considerada como la bastarda del sistema educativo. Por otro lado, a la vista de los resultados reales, ni los sindicatos ni las organizaciones empresariales han sabido aplicar adecuadamente las ingentes cantidades de subvenciones provenientes del Fondo Social Europeo, siendo conjeturalmente derivadas para cubrir los colosales gastos de estructura de sus organigramas institucionales, plagados de sospechosos parásitos, vividores y enchufados, cuando no objeto de presunta malversación y fraude a través de subcontrataciones, retornos encubiertos, maletines, motos, viviendas y sueldos a lo Nestlé, es decir, "para toda la vida".
Al final del artículo, el autor deja entrever cierto optimismo, al reflexionar que la tecnología actual posibilita una reducción de costes de este tipo de formación, de forma que la juventud adquiera esa útil y necesaria experiencia vía los recursos pedagógicos y didácticos que brinda Internet y sus soluciones actuales, rebajando ese paradójico, incomprensible, desencuentro entre educación y empleabilidad, salvo que a los listos de turno se les permita seguir haciendo negocio vejatorio, ahora con rimbombantes y siderales metodologías a lo “On”, que enmascaran nuevas fórmulas de reducción sustancial de gastos directos y mantenimiento y acrecentamiento de márgenes brutos desproporcionados y, en todo caso, insultantes, ofensivos, humillantes, para la realidad económica y social que padecemos, sin ningún control gubernamental efectivo y ante la impávida mirada de la administración gestora. Pero estamos en “Jauja”, donde se premian esos y otros colosales despropósitos y se castigan las, cada vez más escasas, buenas usanzas profesionales y empresariales impregnadas de ética, moralidad, o lo que es lo mismo: decencia, honradez.
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[1] Shumpeter. The great mismatch. The Economist. 2012. Sitio visitado el 28/08/2013.