Fuente de la imagen: mvc archivo propio |
Descansando en el asiento, pensé que si la salida de la administración pública se registrara quince minutos antes de la hora a la que realmente nos pusimos en marcha, no hubiéramos pasado por ese estrés. Es cómodo evidenciar la "pechá" de correr que nos dimos para subir al vagón, pero es embarazoso argumentar si nos hubiéramos levantado del encuentro de trabajo un poco antes, debido a la importancia de pillar ese tren a esa hora. Esa urgencia en atrapar al convoy de vuelta a casa, reveló que en algún momento de la mañana permitimos que lo importante se descontrolara.
Si con antelación decido organizar la reunión para que termine quince minutos antes de lo que realmente finalizó, hubiera evitado todo el agobio. Parece que cuando navegas en un océano de desorientación, indefinición, crisis... planificar como que no alberga mucho sentido. Sin embargo, esta mañana cavilo en la trascendencia que recobran, cuando te enfrentas a un brutal cambio de época, inadvertidas costumbres como son la programación, la previsión, la toma de decisiones importantes o la determinación de caminos por adelantado, todo ello envuelto en constancia, esfuerzo, trabajo y confianza[1].
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