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Todo un, supongo, necesario, pero burocrático, calvario. Así, el empresariado que obtenía la ayuda, además de merecedor de una medalla por su constancia y sufrimiento, tenía casi todas las cartas para conseguir sus declarados objetivos: materializar la inversión, crear puestos de trabajo y aportar valor económico en su ámbito territorial de actuación. Por tanto, ya entonces era impensable hacer negocio con esos apoyos financieros. Maderas Rodríguez, Lejías Continental, Virgen de la Oliva, etc. son experiencias vividas que me gusta recordar de vez en cuando, no ya por el laborioso trabajo de diseño, concepción, puesta en marcha y justificación, sino porque, pasado unos años en unos casos, y décadas en otros, la inversión sigue generando valor económico y social. Por eso, me duele lo que presuntamente ha pasado con esos grandes inversores, que tienen abiertas la puerta de los despachos de las direcciones generales, consejerías y presidencias y que al abrigo de cuentos de lecheras multilingües, adornados con expedientes floreados de datos previstos, a su vez, avalados por firmas de “reconocido prestigio” en auditorías y pools de influencias, y con el visto bueno de los organismos nacionales y europeos de turno, reciben cuantiosas ayudas y subvenciones sin, como se ha visto, recibir prácticamente, ninguna garantía a cambio, en caso que el cuento sea eso: cuento.
Hoy, de nuevo, nos rasgamos las vestiduras y salimos a la calle, porque es que se nos tenía que caer la cara de vergüenza, pero me apuesto lo que me quede de credibilidad a que, pasado un tiempo, si te he visto no me acuerdo. Y llegarán otros cantamañanas montados en sus ferraris, aviones privados y trajes de Dolce Gabbana y no llamarán a las puertas, porque ya estarán abiertas de par en par. Mientras, los que vestimos tipo Emidio Tucci (vaya, otra vez tuvo que salir el Clooney) o con trajes del querido sastre de la esquina, después de convencer al empresario de turno de la necesidad de invertir razonablemente, arriesgando lo necesario para un futuro mejor, preparamos el plan de negocio e iniciamos el tortuoso camino para obtener las migajas de la grandiosa tarta de ayudas, asumiendo que el funcionario de turno nos mirará por encima del hombro, porque no llegamos en un Mercedes, no tenemos un ático en Nueva York y no lo vamos a invitar en nuestro rumboso restaurante. Lo sé, la vida misma (Formato de post modificado posteriormente por desconfiguración. Fuente de la imagen: sxc.hu). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: mvc archivo propio.