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En este tipo de situación suelo pedir algo ligero y fácil de comer, ya que imagino que se me sigue analizando y aunque no quiero aparentar lo que no soy, tampoco debo situarme en el filo de lo imposible (M. Velasco, 2007)[1]. Pero leí en la cuidada carta “bacalao al pil-pil” y habló mi estómago. Quizás, pensé, “ya está todo el pescado vendido”. El caso es que lo pedí como plato único. Estaba de escándalo. La armoniosa gelatina ligada al aceite de oliva, formaba una espesa y rica salsa blanquecina.
El sabor del ajo dorado y las rodajas de roja guindilla completaban la brutal embocadura de la obra culinaria, con los trozos de bacalao como estrella gastronómica invitada, pacientemente desalados y, con toda seguridad, rítmica y continuamente bailados en probable cazuela de barro. En fin, deseo haber dado la impresión de lo que soy, ni más ni menos (Fuente de la imagen: Wikimedia Commons. Link actualizado). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: tmg.
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[1] Velasco Carretero, Manuel. Pastor y porquero. 2007. Sitio visitado el 03/03/2007.