sábado, 15 de septiembre de 2007

La ausente señora X

Fuente de la imagen: mvc archivo propio
Empiezo este largo texto presentando la siguiente imagen, donde un funcionario, acompañado de un policía o soldado (ojo con el látigo que lleva en su mano), procede al registro censal de la Virgen y San José, en presencia del Gobernador Quirino (fuente Wikimedia Commons). En el puesto de secretario general de FACEP y en los prolegómenos del Servicio Andaluz de Empleo (SAE)[1], me tocó estudiar profundamente el Servei d’Ocupació de Catalunya, de forma que la organización de enseñanza que representaba pudiera participar dignamente en las distintas comisiones de estudio, que posteriormente fueron promovidas por la Junta de Andalucía. Me quedé admirado de la gestión de Cataluña en materia de formación y empleo. Recuerdo especialmente un estudio que la organización andaluza del sector de la enseñanza privada solicitó a La Federació Empresarial Catalana de la Formació (CATformació), coordinado por Albert, trabajo que nos sirvió para elaborar una propuesta que se presentó a la Consejería Andaluza de Trabajo. Organicé unas jornadas en Andalucía (España) donde el equipo catalán que elaboró el informe, parlamentó largo y tendido. Llegado el momento[2], estimé que había llegado el momento de dejar la secretaría técnica de FACEP (demasiados años en un cargo, a caballo entre la gestión y la política), por lo que, imagino, el sustituto siguió con la tarea de estudio iniciada. Me alejé del día a día del proyecto, aunque su evolución la seguí a través de la escasa prensa especializada.

Hace unos meses, un amigo, emprendedor y empresario, me solicitó asesoramiento en materia de contratación de personal técnico especializado. Fue de esos días en los que la mente, sin pedírselo, rebusca en el baúl de los recuerdos y ¡sorpresa!, apareció en mis labios las siglas “SAE”. Esta semana he acompañado al decidido promotor de negocios a la cita concertada en una oficina del servicio de empleo. Durante el camino, me comentó el calvario que le había supuesto convenir la reunión, encontrándose al otro lado del teléfono, desde esperas interminables, hasta interlocutores que no tenían ni idea de lo que solicitaba. Finalmente, una funcionaria se apiadó de su caso y le emplazó a septiembre. Mientras lo escuchaba, pensé que el verano en la administración pública es muy sensible para todo tipo de gestiones. Pero el martirio no había hecho más que empezar. Llegamos a la concurrida oficina pública y a suaves empujones nos hicimos un hueco, desplegando un camino para alcanzar la cola del mostrador de información. Para hacer más llevadera la demora, observaba a los técnicos trabajar. Es curioso como hay funcionarios que atienden al sufrido “usuario”[3] de una forma, digamos, proactiva; pero otros muchos realizan su importante labor de forma presuntamente reactiva. Nos toca el turno y mi amigo explica al funcionario el por qué estaba allí y el nombre de la persona con la que tenía el encuentro. Después de varias llamadas telefónicas y ausencias del puesto de trabajo, supongo que para recabar información complementaria, y ante la desesperación de todos los que estaban detrás de nosotros, conquista de nuevo su puesto y dice: “La señora X disfruta unos días de vacaciones”.

Bien, no voy a seguir detallando el tormento, padecimiento, tortura y suplicio y aligeraré[4]. El caso es que después de rogar y rogar, y esperar una hora y cuarto más, nos atendió un señor que hasta él mismo se dio cuenta que no tenía mucha idea de lo que le planteábamos. Reconozco que me puse ¿un poco? pedante y de mi boca brotó toda la olvidada experiencia estudiada hace una década. No sirvió de nada. Se nos entregó unos arrugados folletos informativos y unos cuestionarios y solicitudes. Evidentemente, el empresario no quedó nada satisfecho y nos embargó el sentimiento de pérdida de tiempo y de dinero. Sugirió que visitáramos a un conocido, especialista en selección y rrhh. Por teléfono concertó la cita. Esperamos quince minutos, tiempo lógico, ya que la recepción no había sido planificada. Nos atendió durante otros quince minutos. Detectó al instante la necesidad de mi amigo y le puso encima de la mesa un abanico de opciones y alternativas. Me despedí del emprendedor con tristeza. Si valoramos el tiempo que perdió con mi sugerencia, desde los previos durante el verano hasta el día “D” con la ausente señora “X”, seguramente el coste estará por encima del presupuesto que le va a pasar el profesional de recursos humanos. Me gustaría pensar que tuvimos mala suerte y que el servicio de empleo funciona de otra forma. Quizás, me dejé llevar por un cierto idealismo, creído conocimiento del sistema o yo que sé. El caso es que la impresión y la experiencia que sintió mi amigo fue desastrosa, amarga, lamentable. Lo siento. La próxima vez, lo reflexionaré un poco más y te aseguro que la tarjeta de visita de tu conocido, especialista en selección de personas, la tendré visible en mi tarjetero.
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[1] Durante los años 1996 y 1997.
[2] A principios de 1998.
[3] Cliente del servicio, diría.
[4]  Porque caso contrario este post se haría larguísimo.