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Corría el tórrido verano del año 2001, segunda mitad de agosto, en pleno día, mi amigo Antonio, psicólogo, me hizo arrodillar frente a un inmenso perrazo, construido a base de flores multicolores. Allí, frente a esa montaña de ornatos naturales y con el Museo Guggenheim de Bilbao a mis espaldas, me nombró miembro del clan del “Cacho Perro”. Esta tribu se constituyó en otro verano, año 1998, después de proceder a la selección de un director comercial para una empresa del sector de la formación. Antonio era entonces el responsable máximo de Recursos Humanos[1].
Días después de las preceptivas entrevistas, confirmación de las referencias y resto del protocolo de elección, el candidato elegido y él montan lo del clan, no contando conmigo porque, dicen las malas lenguas, se lo hice pasar muy mal en las audiencias. ¡Líbreme Dios! de tamaña fechoría. Bromas aparte, fue buena elección. Una vez me nombraron “cacho perro”, nos fuimos a comer al restaurante Boroa, no sin antes admirar el edificio del museo y las colecciones que en ese momento albergaba. Os dejo un vídeo del Guggenheim[2]. Gracias, Antonio, por el coaching y, sobre todo, tu cálida amistad.
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[1] "Personas", como a él le gusta llamar al puesto.