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Fuente de la imagen: mvc archivo propio |
Vimos a Tanjiro, el corazón de la saga, empujado hasta el límite de su resistencia física y moral[1]. La película no teme al sacrificio; al contrario, lo eleva a la categoría de testamento. Las muertes y los enfrentamientos de los Pilares (los Hashira) son momentos de una intensidad brutal y bella, un recordatorio de que las mayores cargas las llevan las almas más nobles. Estos guerreros, que alguna vez parecieron iconos inalcanzables, se revelan aquí como almas frágiles y heroicas, unidas por la filosofía del deber y el afecto silencioso por sus camaradas más jóvenes. Sentir la tensión colectiva de la sala en cada golpe o la respiración contenida ante una revelación dramática, es un testimonio del poder narrativo que esta obra posee. Al final, La Fortaleza Infinita es una historia sobre la redención y el amor incesante: el amor por los caídos que exige venganza y el amor por la vida que les obliga a no odiar. Es un golpe en el pecho y una caricia en el alma, una ópera de sangre, sacrificio y esperanza imposible que, al concluir, nos dejó, en esa tarde de sábado, un poco más helados y, a la vez, más vivos, con el eco del rugido de los cazadores resonando en la oscuridad del cine y ansiando la segunda parte y, parece ser, una tercera película. Dos horas y media manteniendo la atención.
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[1] Y muy brevemente a su hermana Nezuko, Zenitsu e Inosuke. Supuestamente tendrán más protagonismo en la segunda o tercera película.