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Después de una semana en modo “ratón de biblioteca” y alguna
que otra reunión de área y de departamento de Derecho Público, el viernes tocó transitar por el centro
de la ciudad de Málaga (España), para visitar un proyecto vía transferencia resultados
de la investigación. Mientras caminaba bajo un "lorenzo de órdago", pensaba si el mapa
del buscador podría ofrecerme una ruta alternativa que fuera por la sombra. Y si
en la ida, el sol era de justicia, en la vuelta, pasado el mediodía, la percepción fue peor: parecía cargar una piedra ardiendo en el cogote y una sensación de
desasosiego por todo el cuerpo. Como dice el anuncio: “achicharraito”, pero bien "achicharrao".
Menos mal que al detectar la familia la deplorable situación
física en la que llegaba al centro comercial en el que estaban esperándome, pensarían al unísono “llevémosle al bar” (dicho en recuerdo del extinto Manolo que, de vez
en cuando, decía: “Qué malito estoy, llevarme al bar”). Y el bar no era otro que
un establecimiento de la franquicia “100 montaditos”, donde, haciendo uso de su
eslogan “móntatelo como quieras”, disfruté de una jarra de cerveza, llamada
Sancho Panza (luego cayó otra, de nombre Quijote), junto a un plato de
calamaritos (puntillitas), que me elevaron a “otro nivel” emocional y anímico (por analogía a los niveles de los "anime" del querubín).