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Desde que en el verano de 1996, trabajando en Madrid (España), con motivo de la reorganización de CECAP[1], en una librería situada en la Gran Vía, estuve hojeando el libro “Una arruga en el tiempo”[2], de la escritora estadounidense de literatura juvenil Madeleine L'Engle, cuando llueve mucho o se escuchan truenos imagino la aparición de una misteriosa guerrera, diciendo “me encantan las tormentas” y luego postule sobre la posibilidad de plisar el universo y trasladarse de un mundo a otro como si tal cosa. Posteriormente, llegó la película canadiense “Una grieta en el tiempo”[3], que la vi en 2010 en casa de Antonio, pero me “supo a poco”.
Así que la tarde del sábado la pasamos viendo “Un pliegue en el tiempo”, con el subtítulo “Sé una guerrera”. Tal vez por el histórico que te he relatado en el párrafo anterior, el caso es que me esperaba más, pero no me disgustó y disfruté un rato (de los peques percibí opiniones distintas y de los adultos críticas más bien negativas). Resalto los temas musicales, algunos efectos visuales y ese mensaje de amor para las futuras guerreras (y guerreros). Sin embargo, creo que esos buenos propósitos no han sido bastantes para conformar un mensaje visual fiel a la historia narrada por Madeleine a principios de la década de los sesenta del siglo pasado[4].
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[1] Ver textos “No está el mañana en el ayer escrito” o “Percebes”. Sitios visitados el 25/03/2018.
[2] Madeleine L'Engle. “Una arruga en el tiempo”. Editorial Alfaguara. 1988.
[3] En francés “Les Aventuriers des mondes fantastiques”.