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Por ejemplo, conocemos nuestras debilidades y alguna que otra fortaleza y recuperamos el hábito de establecer objetivos y diseñar programaciones con los pies en el suelo, para intentar alcanzar esas metas. Igualmente, sentimos distinto los momentos familiares o íntimos y percibimos mejor lo que nos hace feliz en el trabajo y cómo dilatar esa felicidad en la jornada laboral y más allá. También, a fuerza del rosario de fracasos más o menos extenso que cuelga en nuestro cuello, hemos aprendido a delegar; a no ponernos tan nerviosos; a no sudar; aprovechar los desplazamientos en autobús, avión o tren; a saber beber con moderación; a “soñar realistamente”; a sufrir menos en las negociaciones; a saber decir “no” cuando hay que decirlo; a no sólo tutorizar, sino, también, mentorizar; a disponer y disfrutar de escasos pero verdaderos amigos… y hasta dominamos el arte de vestirnos[2]. En síntesis, lo mismo que “no hay que vivir para comer, sino comer para vivir”, nos aplicamos mejor el dicho “no hay que vivir para trabajar", sino, a pesar de esta crisis que nos sigue ahogando, sólo hay que "trabajar felizmente, para vivir plenamente” (Fuente de la imagen: mvc archivo propio).
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[1] Escrito en El Mundo por Carlos Segovia: Katainen: "Con más medidas anticorrupción España crearía más empleo". Segovia, Carlos. Katainen: "Con más medidas anticorrupción España crearía más empleo". El Mundo. 2017. Sitio visitado el 02/05/2017.
[2] Bueno, algunos todavía estamos en ello.