En el post “La vida real que me gustaría”[1], te confesaba que lo que más me gustó de la película Zootrópolis fue el rico mensaje dirigido a los peques, relacionado con respeto al prójimo, ayudar al diferente, aprender de los demás, perseverancia en las cosas que te importan, luchar por lo que merece la pena… esa aceptación, promoción y cultivo de la cualidad de diverso o variado, que entendemos por diversidad, género, condición o talante, que también debe ocuparse en el trabajo o actividad profesional. Y es que, lo mires por donde lo mires, estamos obligados a navegar en la diversidad, no ya por la justa incorporación de la mujer al trabajo, sino por los compañeros y compañeras de otro país, orientación sexual, confesión religiosa… Si no acepto la diversidad, entendiéndola, interiorizándola, no podré cultivar, por ejemplo, la confianza o el compromiso que te apuntaba en “Como las piezas de un puzle”[2], y será imposible, por ejemplo, el trabajo en equipo.
Recientemente, se escribía en The Economist, Diversity fatigue[3], que[4] es algo así como “Fatiga de la diversidad”, que en esto de la diversidad la mayoría de las personas suelen cultivarla de boquilla para afuera, es decir, en entornos públicos o grupales, pero luego en privado, suelen pensar diferente[5], dando pie a lo que algunos expertos en estas lides califican precisamente como fatiga de la diversidad. Según el articulista, si realmente nos negamos a reconocer los desafíos y, sobre todo, las oportunidades de la diversidad, y por el contrario caemos en la fatiga, como profesionales tendremos dificultades para sacar el máximo provecho de lo diverso o variado que nos envuelve por todos lados, siendo imposible hacer frente a esos desafíos si se descartan de plano las[6] políticas de diversidad. Te dejo un vídeo, subido a Youtube por Inteligencias y Desarrollo, sobre la diversidad como característica que hace humano al ser humano (Fuente de la imagen: pixabay).
