De izquierda a derecha y de arriba abajo: D. Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, Dña Soraya Sáenz, Vicepresidenta del Gobierno y diputada por el PP, D. Pedro Sánchez, Secretario general del PSOE, D. Pablo Iglesias, Secretario General de Podemos, D. Santiago Abascal, Presidente de VOX, D. Andrés Herzóg, portavoz de UPYD, D. Alberto Garzón, líder de Unidad Popular y D. Juan López de Uralde, portavoz de EQUO. Fuente de las imágenes: Wikimedia commons. |
Después de escuchar por enésima vez a la “política televisada” de mi país, de todos los colores y tendencias, ya sea con sonrisa de salón o coleta benéfica y, en todo caso, con cierto tufillo a marketing político, me preguntaba ayer si realmente los televisivos (o televisados) tienen conciencia moral o, por el contrario, son resultado de laboratorios. Cabe plantease si estos nuevos políticos disponen de la capacidad para detectar y conceptuar acerca de la permisión o deshonestidad de sus actos y de los actos y las omisiones de los que pretenden representar, desentrañando la malignidad y la misericordia predicable de dichas conductas, tanto las suyas como la de los demás. Parafraseando a Carlos Portillo Fernández en su material para la ESO (si quieres acceder clickea AQUÍ), hoy más que nunca estos políticos y políticas de nuevo cuño deben empeñarse con pasión en ser morales porque deben saber elegir bien, sentir que tienen posibilidad de seguir caminos diferentes en su vida y, sobre todo, condicionar positiva o negativamente la nuestra, dándose cuenta que sus acciones tienen consecuencias y la conciencia de estas consecuencias es la base del aspecto de su moral, posible futuro motor de materialización o destrucción de las expectativas de sus votantes y, por derivación, de la de todos los españoles y españolas.
Aprovechándome de mis ideas claves de la disciplina Deontología, son elementos imprescindibles para la formación de conciencia moral la rectitud moral, la veracidad moral y la certeza moral. Rectitud en el sentido de esa actitud de los candidatos de búsqueda del bien y de la verdad de forma coherente entre lo que piensan y su correspondencia con la realidad. Veracidad entendiendo que la conciencia subjetiva de esos candidatos debe conformarse o tratar de ajustarse a una moral objetiva y siendo conscientes que todo juicio moral que no conduzca a ese estadio objetivo supone una falsa conciencia. Certeza en el camino de la adhesión firme o asentimiento superando la probabilidad de duda pero sin excluir su posibilidad, pudiendo emitir los candidatos juicios subjetivamente sin dudas pero equivocados objetivamente. De ahí que la conciencia cierta del candidato no sea siempre una conciencia recta. Termino recordando el post que escribí en 2008, “Mercadeo del voto”, donde cavilaba sobre el papel del líder y del antilider, apoyándome en las reflexiones de Sara Aguareles y Felipe San Juan. A estas alturas de la política: ¿Sigue siendo posible tener motivos para creer? (Fuente de las imágenes: Wikimedia Commons).