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De aquí surgieron las nociones de “eurocentrismo” y de la “superioridad” de Europa y de su civilización. Según el dictamen del Consejo de Estado de 20 de junio de 1991, “la nota esencial de la construcción europea es su naturaleza orgánica y evolutiva”, ya que el sentimiento de una Europa unida no es propio del siglo XX, aunque haya sido ese siglo el que haya visto realizado y acelerado el proyecto que desde antiguo vino aflorando en el pensamiento de intelectuales, políticos, filósofos, escritores... En este sentido, Manuel Medina, Catedrático de Relaciones Internacionales de la Complutense, apuntaba en una conferencia pronunciada el 24 de noviembre de 2000 en Alicante, que “la razón de ser del esfuerzo integrador en Europa ha sido la incapacidad histórica del Continente para encontrar un equilibrio que garantizara la paz a sus pueblos. Los europeos vivimos de la herencia de unos ideales de paz universal que nos fueron legados por la civilización grecorromana y que encontraron su expresión en las filosofías helenísticas y en el cristianismo, La Pax Augusta o Pax Romana, que dio estabilidad en el Mediterráneo durante cinco siglos, es la primera plasmación práctica de estos ideales”. Ya en la Edad Moderna, con el Renacimiento, vuelven las obras a favor de una unión de los pueblos europeos, si bien esta vez con menor fuerza, presididos todavía por la idea de una religión común pero, aportando como elemento nuevo la voluntad de establecer equilibrios de poder en detrimento de la hegemonía de las recién estrenadas potencias.
En la Edad Contemporánea, las terribles consecuencias de la Primera Guerra Mundial y de los nacionalismos exacerbados, así como la comprobada inoperancia de la recién constituida Sociedad de Naciones, dieron lugar a propuestas para la construcción de una Unión Europea dotada de una Confederación Europea, un Comité Político y una Secretaría, pero matizando que dicho proceso no debería suponer pérdida de soberanía para los Estados. La oposición del Reino Unido y de la antigua Unión Soviética acabó por arruinar este planteamiento. No obstante, empiezan a surgir nuevas iniciativas que incluyen el principio federativo y el plano económico. La segunda gran guerra de 1945 dejó a Europa arruinada económicamente y dividida geográficamente como consecuencia de los Acuerdos de Potsdam. Las dos guerras mundiales habían demostrado que la manera más fiable de asegurar una paz en el viejo continente vendría solo de una unidad entre los pueblos europeos. Esta conciencia dio lugar a numerosos movimientos pro-europeístas, de diferentes tendencias, propiciando el germen de la actual unión europea. Truman, firme defensor de la reconstrucción europea[1], apuntó que “la maltrecha Europa supo aprender de la OECE las mejores lecciones sobre la organización de una Europa con energías propias... la gestión en común de las ayudas enseñó a Europa occidental las posibilidades de su unión”. En fin, por lo que vemos en la actualidad, miles de millones para la nueva sede del Banco Central Europeo, mientras los países pobres languidecen (Fuente de la imagen:sxc.hu). Fuente de la imagen: mvc archivo propio.
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[1] En su discurso de 1949 ante el Consejo de la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE, constituida en 1948).