Llevo unos días dándole vueltas al mandato representativo,
que no imperativo, de los políticos respecto a la ciudadanía. Intentaré
explicártelo a partir de las ideas claves de la disciplina Fundamentos de
Derecho Público. En España, según el artículo 66.1 de la Constitución Española
(CE), las Cortes Generales representan políticamente al pueblo español o, dicho
de otra forma, hacen presente en el Estado al conjunto de la ciudadanía.
Al residir la soberanía en ese, ayer, hoy y previsiblemente
mañana (si no lo remediamos), sufrido “Pueblo”, el ejercicio diario de ese
imperio corresponde, obviamente, al Parlamento, conformándose éste como la
materialización del derecho de participación ciudadana o, lo que es lo mismo,
se forja colectivamente la democracia española. Resumiendo: Las Cortes
Generales revelan la valía prócer del pluralismo político (art.1.1 de la CE) y son el
escenario del juego político de la democracia (me da yuyo utilizar la palabra "juego" en esa frase o contexto).
Lo que he descubierto a estas alturas de mi vida es que los
diputados y senadores no representan al pueblo ni al partido político que les
ha propuesto, sino que el pueblo deposita en ellos la toma de decisiones y
éstas se imputarán al pueblo. O sea que, “encima”, soy responsable de las meteduras de pata, los abusos de poder, las manipulaciones, las mentiras, los Bárcenas, los EREs, los Blesa, los Urdangarín, las puertas giratorias, los trapicheos entre poderes del Estado... y los cambios de rumbo programático de los "líderes" políticos, esos "donde dije digo, digo Diego". ¡Esto está pasando de castaño oscuro!
Por lo visto, las elecciones generan un mandato
representativo al político, no revocable pero sí renovable por la ciudadanía. Según
el art. 67.2 de la CE, este mandato no es imperativo para los electores, si bien,
por la democracia de partidos vigente en el país, sí lo es para los elegidos de
un mismo partido que, por la cuenta que les trae, votan en bloque siguiendo las instrucciones del cantor, ese "Archi" de la comunidad fordiana de "Un mundo feliz", siendo la libertad de voto o el voto secreto la rara
avis del lujoso paraíso en el que habitan nuestros representantes institucionales.
En fin. ¡Y yo que tenía a los "padres" de la Constitución en un pedestal! Parafraseando el dicho, empieza a dar la impresión que estos ponentes se lo guisaron bien guisado y el resto de sus congéneres se lo están merendando, ante la impasibilidad, ignorancia y sufrimiento de la plebe y el regodeo, deleite, complacencia, de la élite. Si puedes, recarga pilas en este último fin de semana del fatídico año 2013 (Fuente de la imagen: dibujo realizado por un peque de
nueve años, cuando le expliqué ayer de qué iba a tratar el post de esta mañana).