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Por el post “Wasapeando un poco”[1], sabes que desde hace unos
días soy “wasapista” (todavía no oficial). En la tarde de ayer retomé la
práctica con un contacto. Cuando me di cuenta llevaba un “porrón” de tiempo mandando
y recibiendo mensajes. Cierto es que avancé en un tema con Juan, saludé a José
y quedé con Tomás para la segunda quincena, entre otros hilos de conversaciones
abiertos. Pero me quitó tiempo de estudio (los exámenes están a la vuelta de la
esquina). En fin. A ver si a fuerza de experiencias aprendo a dosificar más
esto del uso de las “nuevas” (que no tan nuevas) tecnologías.
El caso es que, ya camino de la visita de Morfeo, me
rondaban por la cabeza, como estrellitas por la testa del prota de dibujos
animados cuando se ha dado un porrazo, flashes sobre el uso que hacemos a lo
largo del día y de la noche de Internet: para el estudio, para el trabajo, para
las relaciones… Como no controle el
uso, corro el riesgo de distraerme sobremanera, sea el caso que te he contado
en el párrafo anterior. Luego no valen excusas ni lamentaciones.
Recuerdo que en 1994, se revisaba el correo electrónico a
primera hora de la mañana, se visitaban páginas webs al mediodía y se chateaba
al final de la tarde. Sin embargo, hoy con la incorporación
de “tropecientas” nuevas opciones de interacción y relaciones, lo anterior se ha vuelto tan
usual o frecuente como hacer las necesidades fisiológicas básicas del “cuerpo
serrano”. Como no ponga freno, ya mismo me veo en el cuarto de baño wasapeando.
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[1] Velasco Carretero, Manuel. Wasapeando un poco. 2013. Sitio visitado el 03/07/2013.