Incluso, si la competición perfecta no existe, muchos
políticos y grandes industriales dedican todo su discurso a la idea de mercado,
al tiempo que hacen todo lo posible para proteger sus empresas de las fuerzas
del mercado.
Me centro esta mañana en su reflexión acerca del error que
supone para los economistas pensar que la competición es un bien indiscutible
para la sociedad, en vez de pensar en una seria amenaza y la cooperación como
tabla de salvación.
En 1996 Michael afirmaba que la economía en aquellos
momentos era inadecuada y que ya estaban en marcha los cambios que la harían
mejor (¿de esos polvos estos lodos?), realizando un llamamiento al fin de
la economía, tal y como la conocemos, y al comienzo de algo mejor, más allá de
la competición.