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Fuente de la imagen. rvs/2012 |
Poco tiempo tengo esta mañana para escribirte la meditación de ayer por la tarde, después de escuchar a un, para mí, exitoso
emprendedor durante toda su vida, cercana a los ochenta años (desde este sitio,
agradecerle el tiempo que nos dedicó y el conocimiento que nos transmitió). Deliberé que ese resultado feliz de un proyecto, empresa,
objetivo o meta, que catalogamos como “éxito” y que puede parecer fácil o
injusto para el espectador que lo envidia o critica, no es sino el resultado de una aplicada
experiencia resolutiva del que lo trabaja y disfruta, estableciendo de forma continua objetivos
un poquito por encima de las presuntas capacidades que se disponen en cada
momento evolutivo, y así sucesivamente.
Por lo anterior, consideré que la persona que se haya diferenciado
en algo no tiene por qué ser consecuencia de habilidades congénitas, es decir, la
aptitud competitividad o idoneidad del individuo, no tiene por qué simbolizar
inteligencia ni mucho menos estimulación innata o temple heredado. Concluí que para tener éxito en lo laboral, profesional, empresarial,
institucional y personal hay que afanarse severamente durante tiempo razonable, de
forma metódica, rigurosa, estricta, punzante, sufridora, sacrificada, continua... armonizando lo físico y lo externo con lo emocional, espiritual e interno (Fuente de la imagen: dibujo de un peque de ocho años).