Es innegable que las murmuraciones, comadreos y comidillas, contienen un alto porcentaje de negatividad. Pero ayer por la tarde, detecté la parte positiva que, como todo, también la tiene. Fue después de tirarme la mañana de electrocardiogramas y tiro porque me toca; mi médica no se creía la lectura del electro, que arrojaba el perfil de un joven y, claro, al contrastarlo con la edad del DNI, pues dudaba, así que me lo hizo repetir dos veces más, hasta que por fin sucumbió al dato. El caso es que junto a un colaborador, procurábamos animar a un contacto al que su multinacional le ha dado una patada laboral en el culo. Después de escucharlo detenidamente, mi compañero empezó a comentarle las habladurías que corren por los mentideros del parque donde se ubica su ya ex-empresa.
Al principio, no estuve de acuerdo con lo que escuchaba. Me siento un tanto incómodo con ese tipo de información, si puede catalogarse así. Pero conforme pasaba el tiempo y observaba la relajación de la fisonomía del lastimado ex-ejecutivo, que incluso empezaba a entrever medio sonrisas, me di cuenta que la estrategia comunicativa funcionaba. Parecía como si esas chácharas, intrigas e insidias, actuaran de bálsamo que atenuara el dolor del proscrito. Después, le dimos la carga con una sesión doméstica de autoestima y valoración de lo que uno es, asumiendo su yin y su yang. Al final, felicité al colaborador por haber conseguido animar a nuestro respetado contacto. Si puedes, carga pilas en este fin de semana.