Si el campo se seca, no habrá comida ni para el "semanasantero", ni para el turismo, ni para ti, ni para mí. He visto sinceros lloros y lamentos en los feligreses, devotos y asiduos de Semana Santa, ante la imposibilidad de la salida de los pasos, debido a la lluvia. He escuchado y leído lloros y lamentos de los agricultores por la insuficiencia de la lluvia que estos días ha caído por los campos andaluces y su situación no es nada halagüeña.
He preguntado a los empresarios de la hostelería cómo les iba en esta semana turística. Me han respondido también con lloros y lamentos. Si eres un seguidor de este sitio, sabrás que quiero ser tolerante con todas las religiones, si bien nací en el seno de una familia católica. Pero con todo mi profundo respeto al dolor de los semanasanteros, salvo por el desaguisado de los aguaceros en el sector turístico, pesa mucho más el agravio de la lluvia en la agricultura.
Si existe un Dios bueno, proactivo, responsable del envío de esas gotas de agua, aunque sea sólo para refrescar el ambiente agrícola y en periodo de Semana Santa, sus creyentes deberían darle las gracias por tal hecho. Te dejo una instantánea que realicé ayer en Fuengirola. Como he escrito en párrafos anteriores, también el sector turístico, casi único motor económico en mi ámbito territorial de actuación, ha sufrido las inclemencias del tiempo. Si quieres más fotos, clickea AQUÍ.
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
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Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.
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Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.