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Reconozco que llevo unas semanas enfrentándome con algún colaborador y otros terceros – con las entidades financieras ni te cuento-, por lo que probablemente coincidas con la opinión que me trasladó ayer un potencial cliente: - Manuel ¿Por qué te enfrentas conmigo? ¿Tienes algún problema con mi forma de ser? Si no conociera tu semblante profesional, a través de las referencias, pensaría que quieres pelea. Te pediría un poco de asertividad -. Me paré un momento a meditar. En caliente, era muy profunda esa opinión. - Tienes razón - , le respondí – Quizás he sido un poco soberbio, arrogante. Lo siento -.
Después, frente a una tapa de queso en aceite y un recio vino tinto de la sierra, le confesé que siempre procuro ser asertivo, pero que tampoco rehuyo la discrepancia, disparidad o enfrentamiento profesional, se entiende, aún a riesgo de parecer desapacible o molesto, como la situación que amablemente me criticaba. Te diría más. Lo estimo necesario, aunque reconozco que, en momentos, puedes andar por el filo de la navaja de la antipatía o metedura de pata. Le sugerí la lectura del artículo de BusinessWeek The Art of Confrontation, donde el psicoanalista Kerry J. Sulkowicz, se pronuncia en una línea similar.
Según Kerry, el quid se encuentra en propiciar empatía con tu interlocutor, hablando, por ejemplo, de hechos concretos, en vez de impresiones, brindando distintas posibilidades o soluciones para las discrepancias, desacuerdos o réplicas y encauzando las manifestaciones hacia las conductas, acciones o intervenciones, no hacia el protagonista o ejecutor. Todo ello, envuelto en un ambiente de mutua consideración, respeto y amparo. Que tengas un reparador fin de semana (Retrato Duelo de Sable de estudiantes alemanes, retratado por Georg Mühlberg alrededor de 1900; fuente: Wikimedia Commons). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: geralt en pixabay.