El sabroso almuerzo corrió a cargo de José. Conozco el tinto que se sirvió, un crianza Capuchina Vieja 2005, de color picota intenso, con olor de ¿tomillo o romero?, a base de Cabernet franc y syrah, posiblemente envejecido en barricas de roble ¿americano, francés? durante unos meses. Me gustó. La temperatura fresca, a la que lo sirvió el anfitrión, para mí fue idónea. Creo que es un caldo de autor, conozco a Emilio, de Bodegas y Viñedos la Capuchina, de las Sierras de Málaga (Mollina). Lo traté en mi etapa profesional en la comarca de Antequera (Málaga, España) y me consta que es buen sabedor de la técnica vitivinícola y considerado en ese mundo.
Después de una dilatada y agradable sobremesa, volvimos en autobús de línea. Al pagar los billetes, me faltaron dos o tres céntimos. Uno de mis acompañantes se apresuró a buscar en su monedero el pico que faltaba. El conductor respondió. “Conozco a ese hombre, pueden pasar”. Me quedé todo el trayecto dándole vueltas a la memoria, intentando recordar la cara de aquella persona que decía que me conocía. Pero el efecto licoroso de la última copa de vino, impedía reminiscencias y estimulaba amnesias. Como llevo casi un año de asiduo a ese medio de transporte y por muy inadvertida que sea mi presencia, probablemente algo quedará en la retina de los conductores, digo yo. El caso es que al final del recorrido, sólo pude balbucear un “Gracias” y seguí cavilando hasta bien entrada la noche: Le conozco (fuente de la imagen: pagina web de la bodega).