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Para tranquilidad de Paco, soy aprendiz[1].
Luego, seguimos con el vino joven de Los Aguilares, con un coupage de tempranillo y merlot. Los diestros expresaron que estaba un poco flojo, corto en nariz y en boca. A mí, me atrapó mejor, quizás por su acidez, su suave graduación… No sé, pero sobre gustos soy muy torpe escribiendo. Lo dicho, aprender a catar; nunca es tarde y algo se me quedará en la materia gris, escasas y escuálidas neuronas que habitan a sus anchas en la mollera y que de vez en cuando, para que sigan interconectando proactivamente, hay que extasiarlas con un sorbo emocional de buen vino.
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[1] Aunque tengo previsto apuntarme a un curso de cata.