martes, 16 de diciembre de 2008

Pasamontañas

Fuente de la imagen: Alexas_Fotos en pixabay
Me pregunta Antonio porqué no escribo sobre el listillo de Madoff y la vieja estafa piramidal, los EREs o la susodicha recesión que nos hiela el bolsillo. Pues, Antonio, son hechos tristes pero consabidos y, en todo caso, hoy tampoco toca. Quiero redactar sobre los pasamontañas y sabañones de mi niñez. En estos días de frío, rememoro, una y otra vez, las heladas mañanas de mis escasas visitas al colegio rural. Mi madre, me colocaba en la cabeza, una prenda de lana que me la cubría, mostrando sólo la cara. Claro que iba cubierto el resto del cuerpo, pero no logro recordar qué vestimenta, sólo evoco al Señor Pasamontañas. A través del hueco por donde salía la nariz, veía un paisaje helado o nevado, mientras mis pies rompían la escarcha o se hundían en la nieve. 

Transitaba por la vereda que acompañaba al río y, luego, a la vía del tren, desde la agreste y perdida finca, hasta la gélida escuela. A su vez, los sabañones hacían acto de presencia, cuando el frío se tornaba perenne, mientras intentaba memorizar la inconexa enciclopedia Álvarez, primer grado, a ritmo del paso que el maestro marcaba con su vara de avellano en nuestras cabezas (ver post El maltrato profesor-alumno). Al volver, tiritando, como cualquier animal doméstico, buscaba la refulgencia de la tenue candela del hogar. A veces, me dormía frente al fuego y alrededor de los pies de la familia, como un feliz perro faldero, mientras escuchaba las penurias de "El Conde de Montecristo" u otro volumen de andanzas que tocara leer esa noche, y soñaba, siempre soñaba (imagen de la Wikimedia Commons). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: Alexas_Fotos en pixabay