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Transitaba por la vereda que acompañaba al río y, luego, a la vía del tren, desde la agreste y perdida finca, hasta la gélida escuela. A su vez, los sabañones hacían acto de presencia, cuando el frío se tornaba perenne, mientras intentaba memorizar la inconexa enciclopedia Álvarez, primer grado, a ritmo del paso que el maestro marcaba con su vara de avellano en nuestras cabezas (ver post El maltrato profesor-alumno). Al volver, tiritando, como cualquier animal doméstico, buscaba la refulgencia de la tenue candela del hogar. A veces, me dormía frente al fuego y alrededor de los pies de la familia, como un feliz perro faldero, mientras escuchaba las penurias de "El Conde de Montecristo" u otro volumen de andanzas que tocara leer esa noche, y soñaba, siempre soñaba (imagen de la Wikimedia Commons). Imagen incorporada con posterioridad; fuente: Alexas_Fotos en pixabay