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| Fuente de la imagen: Andresito Pedro Ximénez. Sitio vinopost (M. Velasco, 2025) |
El primer sorbo fue un bálsamo. Al contacto, el vino liberó su intenso torrente de sabores: una explosión concentrada de pasas e higos secos, seguida de matices más graves de café tostado y un sutil regusto a licor de avellanas. La dulzura era, sí, poderosa, pero la acidez (necesaria en un Pedro Ximénez de calidad)[2] se encargaba de mantener la columna vertebral del vino recta y vibrante, impidiendo que el trago se volviera pesado. Era la antítesis líquida de mi semana: donde hubo aridez, el vino ofreció una untuosidad envolvente; donde existió tirsteza, me regaló un postgusto largo y reflexivo, que se quedaba en la boca invitando a la meditación. Cada minúsculo sorbo, alternado con el crujido amargo del chocolate, se convirtió en un acto de liberación, un punto y final oficial al caos vivido. En ese momento de quietud, con la copa en la mano, entendí la verdadera belleza de un vino dulce tradicional como el Andresito: un acompañamiento y una experiencia sensorial completa, indulgencia que transforma el laberinto en refugio personal, recordándome que, incluso después de una semana complicada, puede existir un final deliciosamente dulce esperando.
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[1] Velasco-Carretero, Manuel (2025). Andresito Pedro Ximénez. Sitio vinopost. Visitado el 23/11/2025.
[2] El vino Pedro Ximénez se elabora a partir de uvas que se han pasificado al sol (el proceso de "asoleo"). Esto concentra enormemente los azúcares (superando habitualmente los 400 gramos por litro) y también todos los demás componentes, incluidos los ácidos. Sin embargo, la percepción dominante es el dulzor extremo. Si ese dulzor no tiene un componente ácido que lo corte o compense, el vino sería plano, pesado y empalagoso.
