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A la vista de lo que sucede en la política a nivel global, con un preocupante avance de los extremismos, se hace imperativo reflexionar sobre los cimientos mismos de la convivencia: la democracia y su antítesis, el autoritarismo. En un panorama donde las certezas se difuminan y las libertades parecen ponerse en entredicho, es básico recordar una verdad inmutable: el autoritarismo, bajo ninguna circunstancia, es democracia. Su avance la pone en peligro y mina los valores que sostienen las sociedades libres. Y es que la democracia es mucho más que un mero sistema de gobierno; es una filosofía de vida, un compromiso con la dignidad humana y un entramado de valores que garantizan la coexistencia pacífica y justa. En su corazón reside la soberanía popular, la idea de que el poder emana del pueblo y reside en él, manifestándose a través de elecciones libres y justas, donde cada voz cuenta y el disenso es tolerado y valorado como motor de progreso. Asimismo, los pilares de la democracia son innegociables: el Estado de Derecho, que garantiza que nadie está por encima de la ley; la separación de poderes, que establece contrapesos para evitar la concentración de autoridad; el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales
[1]; la transparencia en la gestión pública y la rendición de cuentas de los gobernantes. La democracia es un diálogo constante, una búsqueda de consensos, un espacio para la diversidad y el debate constructivo. Es un sistema imperfecto, sí, pero su grandeza radica en su capacidad de autocrítica y mejora continua. Por el contrario, el autoritarismo es la negación misma de estos principios, caracterizándose por la concentración de poder en una sola persona o un grupo reducido, sin mecanismos efectivos de control o contrapeso. La voluntad del líder, o de la élite gobernante, se impone sobre la ley y la voluntad popular. En los regímenes autoritarios, las libertades individuales se restringen severamente. La disidencia es acallada, la prensa es controlada o suprimida, las elecciones (si es que existen) son meras fachadas sin garantías, y los derechos humanos son violados impunemente. La transparencia brilla por su ausencia, y la rendición de cuentas es una quimera. A menudo, el autoritarismo se alimenta de la polarización, del miedo al "otro" y de narrativas que demonizan a los oponentes, construyendo muros en lugar de puentes.
El objetivo del autoritarismo no es gobernar con el pueblo -
demo kratos = el poder del pueblo (M. Velasco, 2025)
[2], sino gobernar sobre el pueblo, utilizando la coerción y la propaganda como herramientas principales. Resulta alarmante observar cómo, en los últimos años, las tendencias autoritarias están ganando terreno a nivel global, incluso en democracias consolidadas, avance que no siempre se manifiesta a través de golpes de estado o revoluciones violentas; a menudo, es un proceso gradual, una erosión silenciosa que mina las instituciones democráticas desde dentro, presentándose bajo diversas formas: la polarización extrema que paraliza el diálogo y fomenta la intolerancia; la manipulación de la información y la propagación de
fake news que socavan la confianza en los medios y la verdad; la instrumentalización de la justicia para perseguir a oponentes políticos; la represión de la protesta social y la limitación de la libertad de expresión; y el ataque a las instituciones independientes que actúan como guardianes de la democracia. Este resurgimiento del autoritarismo es una amenaza directa para la paz, la estabilidad y el desarrollo humano, poniendo en jaque los consensos mínimos que permiten la convivencia, reduciendo la capacidad de las sociedades para afrontar retos complejos y, en última instancia, empobreciendo la vida de la ciudadanía al privarla de voz, elección y derechos. Ante este panorama, la defensa de la democracia no es una tarea exclusiva de los políticos o las instituciones; es una responsabilidad colectiva. Requiere una vigilancia constante, una ciudadanía crítica y comprometida, dispuesta a defender sus libertades y a participar activamente en la vida pública. Por tanto, es básico educar en los valores democráticos, promover el pensamiento crítico, fomentar el diálogo respetuoso y fortalecer los lazos de cohesión social. De esta forma se podrán construir sociedades más resilientes frente a las sirenas del autoritarismo, recordando siempre que la democracia, aunque a veces ruidosa y compleja, es el único sistema que permite ser verdaderamente libres. Recuerda, no es una guerra entre conservadurismo y progresismo, no es un conflicto entre derecha e izquierda, es un enfrentamiento desgarrador entre autoritarismo y democracia: Es perentorio que elijas bando y luches. Fuente de las imágenes: mvc archivo propio.
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[1] Expresión, prensa, reunión, asociación…