![]() |
Fuente de la imagen: rvs 2020 |
No se justificó, no buscó excusas, asumió su responsabilidad y manifestó una promesa de esfuerzo futuro dirigida directamente a quien tenía la misión de evaluarle. Este acto de apertura es un recordatorio poderoso de que, más allá de los contenidos programáticos y las notas, en el aula se tejen relaciones humanas. El alumno, la alumna, ve un evaluador, una evaluadora, pero, también, una persona que le brinda oportunidades, que confía en su potencial y a quien no quiere "decepcionar". Esa nota al final de un examen fallido era un acto de conexión, un reconocimiento del vínculo pedagógico-humano. Mi emoción al leerla fue instantánea y profunda, punzada de honestidad y confirmación de que, incluso en un sistema que a veces parece deshumanizar, el contacto directo, el esfuerzo por ayudar y la vocación de guía sí generan un impacto. Este mensaje, que ahora atesoro con especial significado, es un faro que ilumina el camino que debo seguir transitando, recordatorio palpable de que, si la vida me brinda en un futuro nuevamente la oportunidad de ser docente universitario, debo seguir esforzándome incansablemente por el alumnado, reafirmándome en la convicción de que cada compendio, cada recurso pedagógico adicional, cada tutoría y cada palabra de aliento, por pequeña que parezca, contribuye a construir esa confianza y esa cercanía que, en última instancia, son el verdadero motor del aprendizaje y del crecimiento personal. Más que una disculpa por un examen; el mensaje es una lección de vida y un testamento[1] al poder de la honestidad. Y para mí, como docente, es la confirmación más valiosa de que el impacto de la labor trasciende las calificaciones y se anida en el corazón y la consciencia de los actores: alumnado y docente.
________________
[1] Prueba, un testimonio, una manifestación o una demostración duradera y contundente del poder de la honestidad.