miércoles, 11 de junio de 2025

Confianza, Sinceridad, Cercanía y Compromiso

Fuente de la imagen: rvs 2020
Corregir exámenes podría ser para cualquier docente una tarea mas bien rutinaria, a menudo teñida de la objetividad y el rigor académico, pero no lo es, al menos para mí. La acometo con tensión y compromiso. La experiencia evaluando pruebas universitarias en la tarde del martes me recordó la profunda humanidad que subyace en la relación entre docente y alumno o alumna, incluso en el formal ambiente universitario. Al llegar al final de uno de los exámenes de la primera convocatoria, un párrafo inesperado me detuvo, me conmovió y, debo admitirlo, me emocionó sobremanera. El mensaje, que, obviamente, no puedo transcribir, básicamente recogía una sincera disculpa, por no haber estado a la altura de las circunstancias, y un compromiso para afrontar con éxito la venidera segunda convocatoria, dentro de unas semanas. A lo largo de los dos cursos universitarios en los que he tenido el privilegio de trabajar como profesor sustituto interino (PSI) en la Universidad de Málaga —impartiendo asignaturas tan diversas como Derecho Administrativo Parte Especial en la Facultad de Derecho, Derecho Administrativo Turístico en la Facultad de Turismo o Administración y Legislación Ambiental en la Facultad de Ciencias—, he recibido comentarios y correos electrónicos.Todos los guardo con cariño en mi corazón y en los archivos documentales. Sin embargo, jamás, en todo este tiempo, había recibido un mensaje de esta naturaleza. Lo que hace este recado tan particular es la inusitada confianza, sinceridad y cercanía que demostró la persona que lo escribió. En un contexto donde la relación suele ser asimétrica y formal, este estudiante se atrevió a bajar la guardia, a mostrar inmediación y a expresar una contrición genuina por no haber rendido como esperaba.

No se justificó, no buscó excusas, asumió su responsabilidad y manifestó una promesa de esfuerzo futuro dirigida directamente a quien tenía la misión de evaluarle. Este acto de apertura es un recordatorio poderoso de que, más allá de los contenidos programáticos y las notas, en el aula se tejen relaciones humanas. El alumno, la alumna, ve un evaluador, una evaluadora, pero, también, una persona que le brinda oportunidades, que confía en su potencial y a quien no quiere "decepcionar". Esa nota al final de un examen fallido era un acto de conexión, un reconocimiento del vínculo pedagógico-humano. Mi emoción al leerla fue instantánea y profunda, punzada de honestidad y confirmación de que, incluso en un sistema que a veces parece deshumanizar, el contacto directo, el esfuerzo por ayudar y la vocación de guía sí generan un impacto. Este mensaje, que ahora atesoro con especial significado, es un faro que ilumina el camino que debo seguir transitando, recordatorio palpable de que, si la vida me brinda en un futuro nuevamente la oportunidad de ser docente universitario, debo seguir esforzándome incansablemente por el alumnado, reafirmándome en la convicción de que cada compendio, cada recurso pedagógico adicional, cada tutoría y cada palabra de aliento, por pequeña que parezca, contribuye a construir esa confianza y esa cercanía que, en última instancia, son el verdadero motor del aprendizaje y del crecimiento personal. Más que una disculpa por un examen; el mensaje es una lección de vida y un testamento[1] al poder de la honestidad. Y para mí, como docente, es la confirmación más valiosa de que el impacto de la labor trasciende las calificaciones y se anida en el corazón y la consciencia de los actores: alumnado y docente.
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[1] Prueba, un testimonio, una manifestación o una demostración duradera y contundente del poder de la honestidad.