sábado, 26 de octubre de 2019

¡Arriba Velasco! ¡Arriba Velasco! ¡Velaascooo...!

Tarde de viernes revisando, ordenando y reciclando papeles antiguos. De una desvencijada carpeta se descolgó la cartilla del servicio militar, emitida por las Fuerzas Armadas Españolas. Cantidad de recuerdos fluyeron a la mente, desde la primera sensación, cuando me declararon “útil para el servicio militar”, hasta las sucesivas prórrogas solicitadas por la causa de “estudios”. También rememoré cuando, arrastrado por otros compañeros, me presenté en el Campamento Benítez para optar a realizar la mili en el grado de alférez. Hasta la penúltima evaluación, ejecuté todas las pruebas con felicitación verbal de los examinadores, "Magnífico, Velasco", y palmadas de los "compis". Recuerdo que en el "salto del caballo”, la elasticidad de los músculos de las piernas me hicieron subir tanto al pisar el trampolín que prácticamente ni toqué el supuesto equino de madera, cayendo milagrosamente de pie[1]

Pero cuando llegué a la penúltima prueba, que consistía en unas cuantas flexiones de brazos (teóricamente muy fácil para mí), al empezar a subir en la última de ellas me quedé parado, con los músculos petrificados. Todavía resuenan en mi cabeza los desesperados gritos del teniente: “Arriba Velasco. Arriba Velasco. Velaascooo...”. Tal fue lo inconcebible de la situación para los mandos allí presentes y puede que sensibilizados por los resultados que había obtenido en las pruebas anteriores, que me ordenaron volver a repetir la tanda de flexiones una vez finalizada la ronda por el resto de aspirantes. Pero la mente me jugó esa pasada y ya había dictado sentencia, imposibilitando descollar en la primera del segundo intento. Más tarde llegó el gobierno de José María Aznar que abolió el servicio militar obligatorio. Actualmente, se rige por la Ley Orgánica 5/2005, de 17 de noviembre, de la Defensa Nacional. 
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[1] Un aspirante que jugaba al rugby me preguntó si quería integrarme en el equipo de la Facultad de Derecho.