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Aunque no esté libre de culpa, me arriesgo a tirar la primera piedra, por si despierto alguna que otra conciencia. Y es que ya no me satisface la frase “No pasa nada, estamos en España”[1]. Basta repasar las noticias de final de año en los medios de comunicación de mi país para que un ciudadano o ciudadana decente sienta bochorno de su élite política y empresarial. Y si miramos 2016, solamente en citas judiciales, éste se encuentra salpicado de principio a fin del periodo. Pero, como ya he expresado en otros momentos, ese marco político empresarial que genera tanta desazón en la buena gente, no puede entenderse sin la condescendencia de parte de la plebe o la casta (como prefieras denominar al mogollón que siempre soporta los males), por lo que, en cierta forma, tenemos también una responsabilidad moral acerca de las actuaciones de esos depravados ¿individuos?
Dicho de otra forma, la responsabilidad derivada de las obras y trabajos de la ristra de personajes que han malversado a diestro y siniestro la credibilidad de nuestras instituciones públicas y privadas, no puedo examinarla desde un matiz meramente singular o individual, como si no fuera conmigo la cosa, sino teniendo en cuenta la influencia que en sus concretas acciones censurables, ha desplegado el resto del colectivo, esa silenciosa ciudadanía con su mirar para otro lado[2]. De ahí la necesidad de propiciar una reflexión crítica sobre la dimensión de la presumible ética de tres al cuarto desplegada por la propia plebe (o casta), en la que me integro, siendo el germen de cultivo de esos bichos mundanos, ya sea con su acción o inacción, y la necesidad de confrontar si dicha indulgente filosofía barata es o no moralmente asumible. (Fuente de la imagen: pixabay).
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[1] Velasco Carretero, Manuel. No pasa nada, estamos en España. 2015. Sitio visitado el 01/01/2016.
[2] Del resto de poderes públicos, ni los nombro.