domingo, 12 de abril de 2015

Hambre de albóndigas emocionales

Fuente de la imagen: mvc archivo propio
Desde hace un tiempo, vengo recordando los atracones de albóndigas que me daba en casa de la extinta Josefa. Empezaba a saborear y no terminaba. Infinitas pelotitas de carne sabiamente cocinadas en una inmensa cacerola sin fondo. Así que este fin de semana tocó intentar satisfacer esa hambre emocional ante el recuerdo de aquellos impagables momentos. Te dejo arriba una instantánea de las albóndigas en salsa que he cocinado. Tengo que decirte que es una comida que la conocí de adulto, puesto que en el campo donde me crie no se solía cocinar este plato. Tan solo, en época de matanza, llegaba a comer carne aliñada para elaborar salchichón, pasada por el sartén (plato riquísimo). Ya de mayor, tuve la suerte de conocer y convivir con Josefa, excelente cocinera y mejor persona, que me enseñó la importancia del tiempo en la cocina y de los secretos y pequeños detalles.

Una de esas técnicas culinarias es que, por ejemplo, una vez cocinadas, estas bolitas no sólo aceptan los tradicionales guisantes de acompañante, o las típicas patatas fritas, pueden socializarse con champiñones, alcachofas… En fin. Me agencié medio kilo de carne picada de ternera y otro tanto de cerdo, cinco dientes de ajo, tres huevos, pan rallado, dos cebollas, perejil, dos hojas de laurel, un generoso vaso de vino blanco de Mollina, aceite de oliva virgen extra, una cucharada de pimentón dulce, un poco de leche, harina, pimienta y sal al gusto. La elaboración no es complicada pero sí entretenida y hay que programarse porque se necesita cierto tiempo. En una olla, lebrillo o cacerola, mezclo las carnes con el perejil y el ajo picado. Seguidamente, echo el pan rallado, los huevos batidos, la pimienta y la sal, procediendo a amasarlo todo hasta que se encuentre conveniente combinado. Después hay que dejarlo descansar durante media hora aproximadamente en un sitio fresco.

Sosegada la mezcolanza, se procede a fabricar las bolitas con las manos, teniendo en cuenta que el tamaño dependerá, entre otras cosas, de la capacidad de fritura que se disponga. Suelo elaborarlas con un volumen similar al de una pelota de golf. Seguidamente, se rebozan en harina y se fríen. Una vez fritas se sacan de la sartén, cuidando que escurran bien, y se colocan en una cacerola lo suficientemente ancha (o en una amplia cazuela de barro) para que no se acumulen mucho. Se procede en el mismo aceite a rehogar las cebollas cortadas. Cuando la allium cepa se esté dorando, se espolvorea el pimentón dulce y una cucharada de harina, removiendo todo cuidando que no se pegue y echándole, seguidamente, el laurel y el vino, dejando cocer entre siete y doce minutos[1]. Finalmente, la salsa resultante se distribuye sobre las albóndigas y se aplica fuego débil durante quince minutos, meneando la cacerola alguna que otra vez para que no se adhieran.
______________________
[1] Dependiendo del calor que le haya aplicado.