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Cuenta una fabula, que dicen circula en los rediles de Internet,
que un infeliz joven se presentó en el corral donde habitaba un hombre sabio, opinándole
su infelicidad por lo infortunado que era al sentirse insignificante y recibir
críticas de los demás en ese sentido, inquiriéndole qué podía hacer para
cambiar esa tribulación. Sin mirarlo a
la cara, el maestro respondió que podría intentar ayudarle después de solventar
una situación propia que padecía, pidiéndole ayuda al desventurado. Aturdido el
inmaduro ser por su sino, consintió. El sabio le entregó un anillo que portaba
en un dedo de sus manos, instruyéndole que debía venderlo lo antes posible por
la mayor cantidad de monedas de oro que pudiera conseguir, pero no por menos de
una moneda de oro. El infortunado se dirigió al mercado y ofreció cien veces la
joya y cien veces le brindaron valores inferiores al precio mínimo que el ser pretérito
había establecido.
Como realmente desconocía el verdadero valor del anillo, no
sabía si intentaban timarle o verdaderamente era lo máximo a conseguir. Volvió dolorido
y deseando haber tenido él la moneda de oro para ofrecérsela al viejo y éste, a
cambio, le hubiera aconsejado cómo solventar su infelicidad. El maestro agradeció su gestión y le conminó a
que sólo preguntara al orfebre cuánto estaría dispuesto a dar por la alhaja. Raudo y veloz, cabalgó hasta la joyería, examinando el
artesano el anillo y pronunciando su oferta: Si el tema era urgente, no más de
cien monedas de oro; si el anciano podía esperar un tiempo, el precio se
acercaría a ciento cincuenta monedas de oro. Sobreexcitado, volvió al aprisco del
sabio para escuchar la siguiente sanación emocional: ¿Por qué
tienes en cuenta el relativo y sesgado valor que te ofrecen los mercaderes de
la vida por la joya impar, magnífica e inimitable que eres y no esperas la futura valoración del experto que labró tu esencia, a la vista del camino que hayas transitado en toda tu vida y de la completa labor orfebre que tú hayas realizado en ti mismo?