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Si eres visitante asiduo de este sitio, sabrás que no soy un entusiasta de Halloween, pero cuando tienes locos bajitos pululando por el hogar, es obligado recomendable navegar con sus gustos y los de los grupos sociales en los que convive. Así que, después de frustrados intentos durante la semana para asistir a una programada fiesta “jalogüin” de numerus clausus, en la que quería participar junto a sus amistades, felizmente unos amigos nos invitaron a su tradicional convivencia de la noche previa al Día de Todos los Santos (Gracias). El único ruego de los organizadores: que al menos los adultos no fueran disfrazados. Pasamos la velada asando castañas, hablando, cantando… intensas vivencias que rememoraron en mi mente momentos similares de la niñez[1].
Creo recordar que al día siguiente los mayores iban al cementerio a poner flores a sus difuntos. No evoco calabazas de por medio, pero si las había, ten la seguridad que se manejaban en el preceptivo cocido. Volviendo al presente, la infancia terminó abrigadita viendo una peli de dibujos animados. Percibo que esa convivencia también le ha venido bien al querubín, porque de esta forma conoce otro enfoque de esa reflexiva noche, distinta en algunos aspectos a la que importamos de los países anglófonos. En resumen: Más castañas y menos Halloween (
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[1] Salvo por el frío, que antaño era tremendo.