No sabía qué hacer. No ando en abundancia económica precisamente, ni para comprar un coche nuevo ni para pagar la avería, pero también influye el apego que le tengo a mate. Han sido muchas vivencias, la última no quiero ni recordarla, tantas revisiones, tantos buenos momentos, que me resisto a entregarlo al desguace. Tarde o temprano habrá que hacerlo, pero la decisión fue que le cambiaran el mecanismo presuntamente estropeado. Por la tarde, cuando lo recogí, de vuelta a casa, aceleré un poco y escuché el sincero sonido del motor, mientras se me cruzó por la cabeza el malicioso pensamiento de si la pieza cambiada no fuera precisamente nueva, sino comprada en un desguace. Miré la factura que estaba en el salpicadero y recordé los dos años de garantía de la reparación, cosa que si hubiera pagado sin IVA no tendría. Dejé de especular y me centré en disfrutar de la conducción.