Fuente de la imagen: Diggeman en pixabay |
Corría el primer semestre del año 2002, en Granada (España). Colaboraba en un proceso de reestructuración, dentro de un grupo empresarial de reconocido prestigio, con sede social en la capital y delegaciones en Madrid, Barcelona y Murcia. Salía de Málaga el lunes por la mañana y volvía el jueves por la tarde. Así, durante nueve meses, aproximadamente. Me pilló en una de las empresas, La Factoría de la Red. José Antonio, directivo de la institución, me hizo probar una bebida elaborada en su casa de Lanjarón.
No recuerdo el sabor pero sí la expresión de su cara, al verme catarla, y sus palabras: ¡Manolo, atento a las lágrimas! Pensé que se refería a los humores que exhalaban mis ojos, pero estaba indicando la glicerina que resbalaba por el cristal. Después, unas sanas risas. Ayer, un contacto me entregó el presente vinícola de José. No pude resistirme y cuando llegué a casa lo degusté brevemente. A caballo entre un vino seco de Málaga y un joven blanco con toque leve de afrutado (manzana verde).
Prometo saborearlo este fin de semana e intentar averiguar de qué uva proviene, aunque las papilas y, sobre todo, la poca cultura del vino que atesoro y la ayuda del diccionario, me dicen que es una variedad autóctona alpujarreña Vigiriega. Gracias, José Antonio (imagen de la Wikimedia Commons: las famosas lágrimas deslizándose en las copas indican un contenido alto de glicerina en los vinos). Imagen incorporada posteriormente; fuente: Didgeman en pixabay.